miércoles, 5 de octubre de 2011

Carta de un ex olimpico de Biologia

Esta carta nos las envió Agustin Manchado, quién participó durante 2004 en la Olimpíada Argentina de Biología y fue integrante en 2005 de la delegación argentina, que participó en la Instancia Internacional realizada en CHINA. En esa oportunidad se hizo acreedor a una Medalla de Bronce. Actualmente está estudiando Medicina en la Universidad Nacional de Córdoba.
Agustín , gracias por regalarnos tan hermosas palabras.

"Los días pasan, uno tras otro. Presenciamos el nacimiento de un astro en el horizonte, para verlo morir al poco tiempo, con el firmamento que se embellece con la entrega desinteresada de sus últimos rayos de luz, seguido de todos sus parientes cercanos y lejanos que van poblando de a poco la oscuridad, velando su partida, hasta que sorpresivamente, y rodeado de renovada hermosura, el difunto vuelve a nacer, para morir en su vital entrega. Día tras día podemos ver esta maravilla. Y casi siempre, día tras día, ignoramos lo bello y valioso de ella. La costumbre, la cotidianeidad, nos confunde y hace que parezca menos. Así como nos sucede con la entrega de nuestro hermano sol, nos pasa con tantísimas otras realidades, esos amaneceres que dan luz y nos encuentran con los ojos cerrados. Incluso nos pasa con nuestra propia existencia.
Afortunadamente tuve el regalo de irme dando cuenta que soy valioso. Valioso, no porque necesiten mucho dinero para comprarme. Valioso, no porque de mí dependa el futuro de todos. Valioso, no porque sea el mejor. Valioso si, porque otros seres me regalan sus tesoros para que yo, como semilla que fui (y soy), crezca y de mis frutos, para hacer de este, un lugar un poquito más bello.
Como ya les adelanté, en algún momento fui una semilla, que no se bien de que árbol se cayo. El llamado de la tierra era ineludible, fuertísimo. Pero no sabía en que idioma responderle, ni siquiera que decirle. Ella se mostraba dura y cerrada. Empero, alguna generosa persona, se tomó el trabajo de remover esa capa superficial, y mostrarme, sin querer, el seno fértil y receptivo del suelo. Es así que dejándome caer, me animé a ser nutrido por ella. De repente, yo, semilla pequeña y aparentemente insignificante, empecé a germinar, a sentar raíces en quien me acogía y emerger de ella mostrándome a la luz del sol y otras plantulitas que por ahí asomaban.
Juntos nos maravillábamos de ver a aquellos árboles jóvenes y vigorosos que eran el orgullo de todos, y en nuestros días de crecimiento disfrutábamos, éramos felices y gozábamos de la sombra que gratuitamente nos ofrecían algunos árboles mayores.
Inocentemente, pensaba que siempre sería una plántula. ¡Que más podía esperar una semilla caída de un árbol! Era feliz, aunque sin saberlo, de modo incompleto. Hasta que una vez, sin siquiera desearlo o pedirlo, un buen árbol, de los más añosos y robustos, me invitó a que siguiera creciendo, para alcanzar la luz que llegaba directo desde el hermano sol, ya no mezclada con la sombra de los árboles que tanto me cuidaban y querían. Con entusiasmo y muchos porqués y paraqués sin responder me fui metiendo en esa aventura. No estaba sólo. Éramos varias plántulas las que queríamos ser árboles. Algunas se marchitaban en el camino, otras eran arrancadas por algún animal o persona que pasaba. Y si bien algunas crecían velozmente, otras lo hacían más despacio. Era una tarea agotadora. El entusiasmo y la motivación disminuían, mientras que aquellas preguntas sin respuestas pesaban cada vez más, y exigían una respuesta profunda. ¿Para qué ser árbol? ¿Para qué complicarme, si de plántula era feliz? Alguna peste que aquejaba, o algún insecto depredador que arrancaba mis hojas completaban el panorama. ¿Por qué no dejar todo allí? Era tentador. Era fácil. De este modo, yo estaba haciendo algo de lo que no me creía capaz. Y para no olvidarlo, me repetía: “No soy capaz de hacer esto”. ¡Pero al poco tiempo comprendí que si lo estaba haciendo, más allá de lo que yo pensara de mí! Y retomé el crecimiento, tratando de dejar atrás esos pensamientos. Recibí mucha ayuda: Los árboles mayores me daban todo su follaje, sumado al calor y brillo de la luz que divisaba a lo lejos y eran mi destino. No podía perderme la oportunidad de alcanzarlo. Quedarme de “raíces cruzadas” no era una opción digna. Asíque me esforcé en ser un bello árbol.
De a poco, y claro esta, junto a quienes estaban en la misma lucha que yo, lo fui logrando, etapa tras etapa. Recibía estas gratuitas entregas ya nombradas de tantos otros: Las del hermano sol, la madre tierra, el aire amigo, el agua fresca, todos esos árboles,"

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